El 20 de junio de 2025, el Vaticano reconoció oficialmente las virtudes heroicas de Sor Teresa Tambelli, Hija de la Caridad de San Vicente de Paúl. Este decreto, autorizado por el Papa León XIV y promulgado por la Congregación para las Causas de los Santos, le confiere el título de Venerable—una etapa significativa en su proceso de beatificación.
A partir de este reconocimiento, nos adentramos en la vida de una mujer consagrada e incansable, cuya existencia estuvo marcada por una entrega generosa y el poder de la caridad, vividos con amor, esperanza, fe y alegría.
¿QUIÉN ES SOR TAMBELLI?
Olga Tambelli nació en Revere, en la provincia de Mantua, Lombardía, el 17 de enero de 1884, siendo la sexta de siete hijos en una familia culta y acomodada. Su padre, aunque formado como abogado, eligió no ejercer la profesión y se unió a Garibaldi en la famosa Expedición de los Mil. Huérfana a los 13 años, estudió en Parma con las Hijas de la Cruz y conoció a las Hijas de la Caridad durante las vacaciones en casa de su hermana mayor, en Ostiglia. Fascinada por su porte sencillo y cordial, ingresó más tarde en la Compañía, dedicando su vida enteramente a una ardiente misión de caridad.
Pidió ser enviada a misiones extranjeras, pero fue destinada a Cerdeña—considerada entonces tierra de misión—donde permaneció durante 57 años. En su nueva comunidad, se mostró amable, humilde, disponible y caritativa con todas las hermanas, ganándose el corazón de quienes la rodeaban.

VIDA Y MISIÓN
A partir de 1914, año en que Sor Nicoli llegó al Asilo de la Marina, la audacia en la misión que animaba a ambas Hermanas transformó el barrio de la Marina. En 1925, Sor Tambelli sucedió a Sor Nicoli como Hermana Sirviente de la casa, continuando su obra, adaptando las escuelas del Asilo a las nuevas normativas y abriendo talleres femeninos de bordado, costura y remiendo. En 1941, fundó una escuela media y un curso de magisterio legalmente reconocido.
Sin embargo, el lugar más especial en su corazón lo ocupaban los Marianellis, la segunda generación de los célebres is piccioccus de crobi de Sor Nicoli (niños de la cesta). Cada domingo por la mañana, mientras la ciudad aún dormía, Sor Teresa recorría con otra Hermana los callejones estrechos del barrio, dando palmas frente a las puertas para despertar suavemente a los niños y llevarlos a la misa de las 6 a.m. en la parroquia. Después de la misa, los conducía al Asilode la Marina para el desayuno: pan con mortadela. Les enseñaba catecismo con un método vivo, claro y comunicativo que conquistaba el corazón de los pequeños.
Después de la Segunda Guerra Mundial, se adentró con las Hermanas más jóvenes, en las periferias más remotas de Cagliari, cargando sacos de provisiones sobre sus espaldas. Su confianza en la Divina Providencia era inmensa. Dos veces al año—en Navidad y en la fiesta de San Vicente—organizaba almuerzos para 1.500 pobres. Entre 1940 y 1943, abrió la Casa a personas sin techo, y posteriormente, toda la comunidad se trasladó a Uras, un pueblo del interior de Cerdeña, donde organizó una cocina popular para los pobres.

CALUMNIA Y PERSECUCIÓN
Fundó una escuela media y ofreció catequesis a quienes se preparaban para la Primera Comunión. Junto a otras Hermanas, impartía clases de primaria durante todo el año escolar. Cuando fue víctima de los abusos del presidente de la administración—el mismo que había calumniado a Sor Nicoli—supo afrontar la prueba con heroica virtud cristiana. Expulsada de la ciudad el 1 de enero de 1934, pasó nueve meses entre Olbia, Turín y Milán, ayudando a las Hermanas donde hiciera falta. En Milán colaboró con los pobres junto al beato cardenal Schuster, sirviendo con alegría y perfecta serenidad de espíritu.
Aunque muchas autoridades locales querían su regreso a Cagliari, el prefecto, habiendo dado su palabra al presidente, se mantuvo firme en su decisión. Para las superioras, Sor Teresa seguía siendo la Hermana Sirviente de las Hijas de la Caridad en la Marina. Fueron precisamente ellas—junto con las Hijas de María, las Damitas, numerosas madres y antiguas alumnas—quienes organizaron un triduo a Nuestra Señora de Bonaria para pedir la gracia de su regreso. El 27 de septiembre, fiesta de San Vicente de Paúl, para alegría de todos, Sor Teresa volvió triunfalmente a la ciudad.
SU ÚLTIMO VIAJE
El 23 de febrero de 1964, justo después de la misa, su corazón se detuvo repentinamente, agotado por el cansancio, pero con las “armas” en la mano. La oración que Sor Teresa enseñaba siempre a los Marianellis se cumplió:
“Jesús, José, María, os doy mi corazón y mi alma; Jesús, José, María, que mi último alimento sea la santa Eucaristía.”
Se dice que nadie sabrá jamás cómo logró ayudar a tantas personas. Permanece como un testimonio auténtico de la caridad viva de Cristo en su Iglesia.
Sor Rita Columbano, H.C.




