Sor Lindalva fue la primera beata de Brasil. Era todavía una joven Hija de la Caridad de cuatro años de vocación, cuando fue martirizada. Su fidelidad a su vocación y su amor a todos, sin preferencias, eran tan intensas que no dudó en dar su vida por ellos.
1953, 20 de octubre | Nacimiento |
1988, 11 de febrero | Entra al Postulantado |
1989, 16 de julio | Entra al Seminario |
1991, 26 de enero | Envío en Misión a la residencia Dom Pedro II, en Salvador, Estado de Bahía |
1993, 9 de abril | Martirio |
2007, 2 de diciembre | Beatificion en Salvador-Bahia, Brasil |
7 de enero | Día de su fiesta litúrgica |
Lindalva nació el 20 de octubre 1953 en Açu, ciudad situada al Norte del Estado de Río Grande, Brasil y fue la sexta de una familia de trece hijos. Sus padres, fervientes católicos, de fe sencilla y profunda.
Lindalva recibió una educación cristiana. Fue una niña generosa, en su casa ayudaba a menudo a su mamá. Siempre que había discusiones entre sus compañeros intentaba resolverlas pacíficamente. Atenta al sufrimiento de los demás, en el pueblo visitaba a las personas que estaban solos o eran pobres. A veces les dio incluso su propia ropa, siempre de una manera sencilla y discreta. Con el tiempo sintió que era llamada a seguir a Cristo sirviendo a los pobres para dar testimonio del amor que el Padre tiene por ellos. Al completar sus estudios como ayudante administrativo, cuidó de su padre mayor y enfermo. Después de su muerte, pidió ser admitida en la Compañía de las Hijas de Caridad: “Tengo treinta y tres años, pertenezco a una familia sencilla, honrada. He sentido la llamada de Dios durante mucho tiempo, pero no he estado disponible para servir a Cristo hasta ahora. Tengo buena salud y creo que tengo la energía suficiente para trabajar”.
El 16 de julio de 1989, Sor Lindalva entró en la Compañía de las Hijas de la Caridad en la Provincia de Recife. Fue enviada en misión en 1991 a la Residencia Dom Pedro II en Salvador, Estado de Bahía, como coordinadora del cuidado de los hombres enfermos y mayores.
Sor Lindalva amaba a las personas mayores confiadas a su cuidado con un corazón manso y humilde: en espíritu de fe, los veía como sus amos y señores: “Pido a Dios nos conceda su sabiduría y amabilidad para servir bien a nuestros amos, los pobres”. Ella entendió su vocación como una respuesta a la voluntad de Dios: “Cuando Dios llama, nadie puede esconderse de esta llamada. Más pronto o más tarde la voluntad de Dios se cumple”. Su fe se expresó por una adhesión sencilla y total a los acontecimientos de la vida que acogió como un regalo y llamada de Dios: “Cada día de nuestra vida debe ser de renovación y acción de gracias a Dios por el regalo de la vida y la llamada a seguir a su Hijo, Jesucristo, sirviéndolo en los pobres”. Su generosidad de corazón le permitió superar las dificultades: “En mi oración, me siento tan bien con un continuo deseo de amar a nuestro buen Dios que estoy segura que alcanzaré ese punto, aun cuando me lleve hasta el último día de mi vida el hacerlo”. Sor Lindalva supo compartir su fe con otros jóvenes y apoyar a sus compañeras cuando las dificultades les agobiaban: “Cuando nuestros corazones tienen problemas por las dudas sobre nuestra vocación, debemos entregarnos totalmente a Dios”.
“Llegaremos a conocer el amor de Dios si llevamos la Cruz”. Estas palabras de la misma Sor Lindalva han tenido un significado profético.
Enérgica, siempre sonriente y disponible, Sor Lindalva irradiaba la presencia de Dios. Vivió su vocación como sierva de los pobres en un espíritu de justicia inspirado por el amor: amó a cada persona sin favoritismo o discriminación.
El 9 de abril de 1993, día de Viernes Santo, Sor Lindalva hizo el Vía Crucis, con las Hermanas de su comunidad y un servicio del alba con los fieles de la parroquia. La Cruz es la señal última del amor dada a otra persona: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.” (Lc. 23, 34)
Cuando regresó a casa, Sor Lindalva estaba preparando el desayuno para los residentes, como hacia cada día. Cuando empezó su trabajo, fue asesinada brutalmente por uno de los internos de su pabellón, un hombre de cuarenta y seis años, enloquecido porque no podía aceptar que ella hubiera rehusado sus insinuaciones.
Esta Hija de la Caridad, ciertamente, no esperaba morir a una edad tan temprana. Había ofrecido su vida y dio el testimonio de su muerte que “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. (Jn. 15, 13)
El proceso de beatificación empezó por aclamación popular. Las gentes estaban impresionadas por la fe de esta joven Hermana, su servicio a los pobres y la fidelidad a su compromiso que, finalmente, la llevó al martirio. La beatificación tuvo lugar en Salvador – Bahía, Brasil, el 2 de diciembre de 2007, en un gran estadio con casi 60.000 personas presentes.