El 27 de noviembre de 2020, en el 190 aniversario de las apariciones de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, la Compañía nos envió a una nueva misión a Tashkent, Uzbekistán, un país asiático que ha estado cerrado y olvidado por los misioneros católicos durante muchos años. Es a la Virgen Inmaculada a quien confiamos la nueva misión y a todos aquellos a quienes el Señor nos envía.
Después de cruzar la frontera, debido a la cuarentena obligatoria, los primeros 14 días estuvimos aisladas en nuestro apartamento, en un bloque de pisos. Pasamos estos días ordenando el apartamento que nos habían dado y lo preparamos acorde a las necesidades de nuestra comunidad.
Después de este período de aislamiento, comenzamos nuestro servicio uniéndonos a la animación de la liturgia dominical en la Catedral y la catequesis a varios grupos de distintas edades. Asistieron aproximadamente de 60 a 100 personas de la capital y alrededores. Después de la Santa Misa, además de la catequesis, los niños tuvieron también tiempo para jugar juntos y los jóvenes se reunieron para «adorar al Señor».
Los días siguientes, nos acercamos a los feligreses pobres visitándolos en sus casas. Conocimos a un niño y su padre que viven en una habitación de 2 metros cuadrados. El obispo nos llevó a visitar a una pareja mayor y escuchamos su historia de vida en la pobreza. Cuidamos especialmente a los niños con discapacidad que viven en situación de pobreza y a sus familias. El Estado no les brinda asistencia, no tienen medios de sustento y se ven privados de medicinas y de rehabilitación. Es el Señor el que nos guía hacia aquellos que necesitan más la ayuda.
En enero, durante las vacaciones escolares, organizamos un grupo de «Vacaciones con Dios» para los niños y otro para los jóvenes. Cada día llegaban más, no solo de la capital, sino también de pueblos que se encontraban a 1.000 km de distancia. Las reuniones comenzaban a las 10:00 horas con una comida compartida y finalizaban a las 16:00 horas. Había momentos para la oración común, la adoración, el bordado y los preparativos culinarios para una comida juntos; un buen calentamiento con música alegre traía alegría y diversión. Durante la oración uno de los niños hizo esta petición: “Señor Dios, por favor, no termines este tiempo de vacaciones”, lo que expresaba el deseo de muchos niños de seguir viniendo a nuestras actividades.
Esta experiencia nos animó a hacer realidad el sueño de los niños abriendo un Centro de día para que les pudiera acoger durante la semana. Cuando llegamos por primera vez a Uzbekistán, nos dijeron que los niños no podían venir a este Centro de día porque vivían lejos y la carretera era peligrosa. Sin embargo, después de las vacaciones de invierno, decidimos probarlo y confiamos todo a Dios para que se cumpliera Su Voluntad.
El obispo Jerzy Maculewicz puso a nuestra disposición las habitaciones de la Catedral para este fin y con la bendición de Dios comenzamos … a la primera reunión vinieron 9 niños con un documento que declaraba el consentimiento de sus padres. Actualmente, acuden al Centro de Día unos 30 niños. Tienen comida, juego común, juegos de mesa integradores, clases de guitarra, baile y arte; también acuden a charlas espirituales y educativas. Para los niños, es un momento en el que se sienten amados y aceptados. Durante este tiempo, se sienten seguros y, por un momento, se olvidan de situaciones difíciles en el hogar. Aquí tienen comida que, lamentablemente, no siempre tienen en casa.
Pedimos a San Vicente que nos dé fuerza y coraje para afrontar nuevos desafíos y seguir buscando a los que se encuentran marginados de la sociedad para que, a través de nuestro servicio, se sientan verdaderamente hijos de Dios.